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Salud Alternativa |
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Estos ejemplos ya son un poco antiguos. Pero la confianza en los curanderos tampoco ha perdido fuerza en nuestros días. Pensemos, por ejemplo, en el caso Gróning. Dio que hablar por primera vez en 1949, en Herford (Westfa-lia). Lo que decía a las gentes estaba en concordancia con las tesis de la fundadora de Christian Science, Mary Ba-ker-Eddy, que intentaba despertar en sus creyentes la voluntad de curarse. Pero Gróning no solamente pronunciaba discursos, sino que también repartía pequeñas bolsas de papel de estaño de las que más de un enfermo afirmaba que, después de haberlas tocado, le habían producido a través del cuerpo una «corriente caliente». Gróning también llevaba a cabo tratamientos individuales durante los que, mediante su influencia sugestiva, trataba de despertar determinados procesos anímicos a través de la propia voluntad del paciente. Con esta descripción hemos llegado ya al núcleo de la cuestión. Porque el milagro de la curación milagrosa sólo consiste en una pequeña parte en la influencia exterior de un «curandero», ejercida mediante palabras, actos o medicinas de la clase que sean. Lo verdaderamente decisivo es el poder del espíritu del paciente sobre su cuerpo. Stefan Zweig expresó así su opinión: «Si valoramos correctamente estas aparentes curaciones milagrosas en su aspecto psicológico, no son realmente tan maravillosas; es muy probable y casi seguro que desde el comienzo la medicina haya curado a la humanidad por sugestión con mayor frecuencia de lo que creemos y de lo que la ciencia médica está dispuesta a conceder. Es históricamente demostrable que ningún método médico ha sido tan disparatado que no haya podido ayudar durante algún tiempo a los enfermos que tenían fe en él.» Los psicólogos y médicos deberían sentirse interesados
en investigar la curación maravillosa como fenómeno de autoinfluencia.
En los años cincuenta, el curandero, doctor en ciencias políticas,
Kurt Trampler, antiguo colaborador de Gróning que ahora ya trabajaba
por su cuenta, se puso a disposición, con muchos de sus pacientes,
del profesor Bender, director del Instituto de Parapsicología,
en Freiburg. En la empresa también participó la Policlínica
de la Universidad de Freiburg que durante siete a catorce meses realizó
controles médicos de los éxitos curativos. Como Groring, Trampler practicaba también un tratamiento a distancia.
Un internista de Hamburgo se ocupó de esta clase de técnica
curativa. Rogó a Trampler que en un determinado momento «sintonizara»
con tres pacientes que yacían en la clínica de Hamburgo.
Los pacientes no sabían nada de este tratamiento a distancia, y
tampoco ocurrió nada. Algún tiempo después, el médico
informó a los mismos pacientes sobre los métodos curativos
de Trampler y les dijo que en un momento determinado se llevaría
a cabo una prueba de tratamiento a distancia. El mismo Trampler no sabía
nada de esto. El resultado fue asombroso. Una paciente que se retorcía
de dolores postoperatorios, dejó de quejarse repentinamente y pudo
ser dada de alta. En los otros dos- casos también existió
cierta mejoría. Este resultado recuerda los experimentos con los
llamados placebos, medicamentos en forma de fármacos corrientes
aunque de una composición totalmente inocua, o sea sin efectividad
alguna. En este campo se realizaron numerosos tests, que en parte fueron
«pruebas dobles» en las que ni el paciente ni el médico
que lo trataba sabían qué pastilla era verdadera y cuál
otra no era más que dextrosa o cualquier otra sustancia inofensiva.
¿El resultado? Casi la mitad de los sujetos reaccionó ante
un placebo como si ss tratara del medicamento correcto. El médico
C. L. Schleich informó una vez sobre una enferma especialmente
sensible que cuando zumbaba el ventilador de la habitación afirmaba
que había una abeja allí y que pronto la picaría
en el párpado. No ocurrió nada parecido, pero el párpado
de la señora se hinchó en pocos minutos hasta formar un
bulto, casi del tamaño de un huevo de gallina, muy doloroso. Fue
más trágico el caso de un trabajador que por error quedó
encerrado en un camión frigorífico.
La misma Iglesia se mantiene reservada en su juicio sobre las curaciones. En Lourdes, una comisión de médicos comprueba los casos siguiendo las reglas más estrictas. A este reconocimiento sólo se permite acudir a los enfermos sobre los que se puede demostrar la existencia de graves transformaciones anatómicas del organismo. La curación tiene que ocurrir en el término de 24 horas. De 1300 casos, la comisión sólo ha reconocido 50 como curaciones milagrosas, aunque considera que estas curaciones no son una prueba de la actuación de Dios. Según la fe católica sólo se considera un milagro una intervención de Dios en el orden natural, reconocible naturalmente, posible en todo momento gracias a su omnipotencia. En la ciencia no existen milagros. Todos los fenómenos tienen
su explicación. ¿O acaso no todos? De cualquier forma, el
fenómeno de las curaciones milagrosas todavía deja sin respuesta
algunas preguntas.
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