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Libro Quinto-Fábulas de Félix M. Samaniego

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¿Y si las historias para niños fueran de lectura obligatoria para adultos?, ¿seríamos realmente capaces de aprender lo que desde hace tanto tiempo venimos enseñando...?...

Desde esa base presentamos esta selección de fábulas para que cada uno extraiga sus propias conclusiones, y para que los adultos reconectemos con la sabiduría y la magia de todo este aprendizaje que nos siguen aportando las cuentos. Vale la pena leerlos con calma y detenimiento. Se recomienda aparcar la prisa y darse una pausa entre una fábula y la siguiente...



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LIBRO QUINTO
FÁBULA I

1.Los ratones y el gato

Marramaquiz, gran gato,
De nariz roma, pero largo olfato, 
Se metió en una casa de Ratones. 
En uno de sus lóbregos rincones 
Puso su alojamiento;
Por delante de sí, de ciento en ciento 
Les dejaba por gusto libre el paso, 
Como hace el bebedor, que mira al vaso; 
Y ensanchando así más sus tragaderas, 
Al fin los escogía como peras.
Éste fue su ejercicio cotidiano; 
Pero tarde o temprano,
Al fin ya los Ratones conocían
Que por instantes se disminuían. 
Don Roepan, cacique el más prudente 
De la Ratona gente,
Con los suyos formó pleno consejo, 
Y dijo así con natural despejo:
«Supuesto, hermanos, que el sangriento bruto,
Que metidos nos tiene en llanto y luto, 
Habita el cuarto bajo,
Sin que pueda subir ni aun con trabajo 
Hasta nuestra vivienda,, es evidente 
Que se atajará el daño solamente
Con no bajar allá de modo alguno.» 
El medio pareció muy oportuno; 
Y fue tan observado,
Que ya Marramaquiz, el muy taimado, 
Metido por el hambre en calzas prietas, 
Discurrió entre mil tretas
La de colgarse por los pies de un palo, 
Haciendo el muerto: no era ardid malo; 
Pero don Roepan, luego que advierte 
Que su enemigo estaba de tal suerte, 
Asomando el hocico a su agujero, 
«Hola, dice, ¿qué es eso, caballero? 
¿Estás muerto de burlas o de veras?
Si es lo que yo recelo en vano esperas; 
Pues no nos contaremos ya seguros 
Aun sabiendo de cierto
Que eras, a más de Gato muerto, 
Gato relleno ya de pesos duros». 

Si alguno llega con astuta maña, 
Y una vez nos engaña,
Es cosa muy sabida
Que puede algunas veces
El huir de sus trazas y dobleces 
Valernos nada menos que la vida.
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FÁBULA II

2.El asno y el lobo

Un Burro cojo vio que le seguía 
Un Lobo cazador, y no pudiendo 
Huir de su enemigo, le decía:
«Amigo Lobo, yo me estoy muriendo; 
Me acaban por instantes los dolores 
De este maldito pie de que cojeo;
Si yo no me valiese de herradores, 
No me vería así como me veo.
Y pues fallezco, sé caritativo; 
Sácame con los dientes este clavo, 
Muera yo sin dolor tan excesivo,
Y cómeme después de cabo a rabo.» 
«¡Oh! dijo el cazador con ironía, 
Contando con la presa ya en la mano, 
No solamente sé la anatomía,
Sino que soy perfecto cirujano. 
El caso es para mí una patarata,
La operación no más que de un momento; 
Alargue bien la pata,
Y no se me acobarde, buen Jumento.» 
Con su estuche molar desenvainado 
El nuevo profesor llega al doliente; 
Mas éste le dispara de contado
Una coz que le deja sin un diente. 
Escapa el cojo, pero el triste herido 
Llorando se quedó su desventura. 
«¡Ay infeliz de mí! bien merecido
El pago tengo de mi gran locura.
Yo siempre me llevé el mejor bocado 
En mi oficio de Lobo carnicero;
Pues si puedo vivir tan regalado,
éA qué meterme ahora a curandero?» 

Hablemos en razón: no tiene juicio 
Quien deja el propio por ajeno oficio.





 
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FÁBULA III

3.El asno y el caballo

Iban, mas no sé adonde ciertamente, 
Un Caballo y un Asno juntamente; 
Este cargado, pero aquel sin carga.
El grave peso, la carrera larga 
Causaron al Borrico tal fatiga, 
Que la necesidad misma le obliga 
A dar en tierra. «Amigo compañero, 
No puedo más, decía; yo me muero. 
Repartamos la carga, y será poca;
Si no, se me va el alma por la boca.» 
Dice el otro: «Revienta enhorabuena: 
¿Por eso he de sufrir la carga ajena? 
Gran bestia seré yo si tal hiciere.
Miren y qué borrico se me muere.» 
Tan justamente se quejó el Jumento, 
Que expiró el infeliz en el momento. 
El Caballo conoce su pecado,
Pues tuvo que llevar mal de su grado 
Los fardos y aparejos todo junto, 
Ítem más el pellejo del difunto.

Juan, alivia en sus penas al vecino; 
Y él, cuando tú las tengas, déte ayuda; 
Si no lo hacéis así, temed sin duda 
Que seréis el Caballo y el Pollino. 
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FÁBULA IV

4.El labrador y la providencia

Un labrador cansado,
En el ardiente estío, 
Debajo de una encina 
Reposaba pacífico y tranquilo. 
Desde su dulce estancia 
Miraba agradecido
El bien con que la tierra 
Premiaba sus penosos ejercicios. 
Entre mil producciones,
Hijas de su cultivo, 
Veía calabazas, 
Melones por los suelos esparcidos. 
«¿Por qué la Providencia,
Decía entre sí mismo, 
Puso a la ruin bellota 
En elevado preeminente sitio? 
¿Cuánto mejor sería
Que, trocando el destino, 
Pendiesen de las ramas 
Calabazas, melones y pepinos?» 
Bien oportunamente,
Al tiempo que esto dijo, 
Cayendo una bellota,
Le pegó en las narices de improviso. 
«Pardiez, prorrumpió entonces
El Labrador sencillo, 
Si lo que fue bellota,
Algún gordo melón hubiera sido, 
Desde luego pudiera
Tomar a buen partido 
En caso semejante 
Quedar desnarigado, pero vivo.» 

Aquí la Providencia 
Manifestarle quiso
Que supo a cada cosa
Señalar sabiamente su destino. 
A mayor bien del hombre 
Todo está repartido:
Preso el pez en su concha,
Y libre por el aire el pajarillo. 


 
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FÁBULA V

5.El asno vestido de león

Un Asno disfrazado
Con una grande piel de León andaba; 
Por su temible aspecto casi estaba 
Desierto el bosque, solitario el prado. 
Pero quiso el destino
Que le llegase a ver desde el molino 
La punta de una oreja el molinero. 
Armado entonces de un garrote fiero, 
Dale de palos, llévalo a su casa. 
Divúlgase al contorno lo que pasa;
Llegan todos a ver en el instante
Al que habían temido León reinante; 
Y haciendo mofa de su idea necia, 
Quien más le respetó, más le desprecia.

Desde que oí del Asno contar esto 
Dos ochavos apuesto,
Si es que Pedro Fernández no se deja 
De andar con el disfraz del caballero, 
A vueltas del vestido y el sombrero, 
Que le han de ver la punta de la oreja.
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FÁBULA VI

6.La gallina de los huevos de oro

Érase una Gallina que ponía
Un huevo de oro al dueño cada día. 
Aun con tanta ganancia mal contento, 
Quiso el rico avariento
Descubrir de una vez la mina de oro, 
Y hallar en menos tiempo más tesoro. 
Matóla, abrióla el vientre de contado; 
Pero, después de haberla registrado, 
¿Qué sucedió? que muerta la Gallina, 
Perdió su huevo de oro y no halló mina.

¡Cuántos hay que teniendo lo bastante 
Enriquecerse quieren al instante, 
Abrazando proyectos
A veces de tan rápidos efectos
Que sólo en pocos meses,
Cuando se contemplaban ya marqueses, 
Contando sus millones
Se vieron en la calle sin calzones.
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FÁBULA VII

7.Los cangrejos

Los más autorizados, los más viejos 
De todos los Cangrejos
Una gran asamblea celebraron. 
Entre los graves puntos que trataron, 
A propuesta de un docto presidente, 
Como resolución la más urgente 
Tomaron la que sigue: «Pues que al mundo 
Estamos dando ejemplo sin segundo,
El más vil y grosero
En andar hacia atrás como el soguero; 
Siendo cierto también que los ancianos, 
Duros de pies y manos,
Causándonos los años pesadumbre,
No podemos vencer nuestra costumbre; 
Toda madre desde este mismo instante 
Ha de enseñar andar hacia delante
A sus hijos; y dure la enseñanza
Hasta quitar del mundo tal usanza.» 
«Garras a la obra», dicen las maestras, 
Que se creían diestras;
Y sin dejar ninguno,
Ordenan a sus hijos uno a uno
Que muevan sus patitas blandamente 
Hacia adelante sucesivamente. 
Pasito a paso, al modo que podían, 
Ellos obedecían;
Pero al ver a sus madres que marchaban 
Al revés de lo que ellas enseñaban, 
Olvidando los nuevos documentos, 
Imitaban sus pasos, más contentos. 
Repetían sus madres sus lecciones, 
Mas no bastaban teóricas razones; 
Porque obraba en los jóvenes Cangrejos 
Sólo un ejemplo más que mil consejos. 
Cada maestra se aflige y desconsuela, 
No pudiendo hacer práctica su escuela; 
De modo que en efecto
Abandonaron todas el proyecto. 
Los magistrados saben el suceso, 
Y en su pleno congreso
La nueva ley al punto derogaron, 
Porque se aseguraron
De que en vano intentaban la reforma, 
Cuando ellos no sabían ser la norma. 

Y es así, que la fuerza de las leyes 
Suele ser el ejemplo de los reyes. 
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FÁBULA VIII

8.Las ranas sedientas

Dos ranas que vivían juntamente, 
En un verano ardiente
Se quedaron en seco en su laguna. 
Saltando aquí y allí, llegó la una 
A la orilla de un pozo.
Llena entonces de gozo, 
Gritó a su compañera: 
«Ven y salta ligera.»
Llegó, y estando entrambas a la orilla, 
Notando como grande maravilla, 
Entre los agotados juncos y heno,
El fresco pozo casi de agua lleno, 
Prorrumpió la primera: «¿A qué esperamos, 
Que no nos arrojamos
Al agua, que apacible nos convida?» 
La segunda responde: «Inadvertida, 
Yo tengo igual deseo,
Pero pienso y preveo
Que, aunque es fácil al pozo nuestra entrada, 
La agua, con los calores exhalada,
Según vaya faltando,
Nos irá dulcemente sepultando, 
Y al tiempo que salir solicitemos, 
En la Estigia laguna nos veremos.»

Por consultar al gusto solamente 
Entra en la nasa el pez incautamente, 
El pájaro sencillo en la red queda,
Y ten qué lazos el hombre no se enreda?
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FÁBULA IX

9.El cuervo y el zorro

En la rama de un árbol, 
Bien ufano y contento,
Con un queso en el pico, 
Estaba el señor Cuervo. 
Del olor atraído
Un Zorro muy maestro, 
Le dijo estas palabras, 
A poco más o menos: 
«Tenga usted buenos días, 
Señor Cuervo, mi dueño; 
Vaya que estáis donoso, 
Mono, lindo en extremo; 
Yo no gasto lisonjas,
Y digo lo que siento; 
Que si a tu bella traza 
Corresponde el gorjeo, 
Juro a la diosa Ceres, 
Siendo testigo el cielo,
Que tú serás el fénix
De sus vastos imperios.» 
Al oír un discurso
Tan dulce y halagüeño, 
De vanidad llevado, 
Quiso cantar el Cuervo. 
Abrió su negro pico, 
Dejó caer el queso;
El muy astuto Zorro, 
Después de haberle preso, 
Le dijo: «Señor bobo, 
Pues sin otro alimento, 
Quedáis con alabanzas 
Tan hinchado y repleto, 
Digerid las lisonjas
Mientras yo como el queso.» 

Quien oye aduladores, 
Nunca espere otro premio. 
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FÁBULA X

10.Un cojo y un picarón

A un buen Cojo un descortés
Insultó atrevidamente; 
Oyólo pacientemente, 
Continuando su carrera, 
Cuando al son de la cojera 
Dijo el otro: «Una, dos, tres, 
Cojo es.»
Oyólo el Cojo: aquí fue 
Donde el buen hombre perdió 
Los estribos, pues le dio 
Tanta cólera y tal ira,
Que la muleta le tira, 
Quedándose, ya se ve, 
Sobre un pie.
«Sólo el no poder correr, 
Para darte el escarmiento 
Dijo el Cojo, es lo que siento,
Que este mal no me atormenta; 
Porque al hombre sólo afrenta 
Lo que supo merecer, 
Padecer.» 
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FÁBULA XI

11.El carretero y Hércules

En un atolladero
El carro se atascó de Juan Regaña; 
Él a nada se mueve ni se amaña, 
Pero jura muy bien: gran Carretero.
A Hércules invocó; y el dios le dice: 
«Aligera la carga; ceja un tanto;
Quita ahora ese canto;
¿Está?» «Sí, le responde, ya lo hice.» 
«Pues enarbola el látigo, y con eso 
Puedes ya caminar.» De esta manera, 
Arreando a la Mohina y la Roncera, 
Salió Juan con su carro del suceso.

Si haces lo que estuviere de tu parte 
Pide al cielo favor: ha de ayudarte. 
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FÁBULA XII

12.La zorra y el chivo

Una Zorra cazaba;
Y al seguir a un gazapo,
Entre aquí se escabulle, allí le atrapo, 
En un pozo cayó que al paso estaba. 
Cuando más la afligía su tristeza, 
Por no hallar la infeliz salida alguna, 
Vio asomarse al brocal, por su fortuna, 
Del Chivo padre la gentil cabeza.
«¿Qué tal? dijo el barbón, ¿la agua es salada?» 
«Es tan dulce, tan fresca y deliciosa, 
Respondió la Raposa,
Que en tal pozo estoy como encantada.» 
Al agua el Chivo se arrojó, sediento; 
Monta sobre él la Zorra de manera 
Que haciendo de sus cuernos escalera, 
Pilla el brocal y sale en el momento.
Quedó el pobre atollado: cosa dura. 
Mas ¿quién podrá a la Zorra dar castigo, 
Cuando el hombre, aun a costa de su amigo, 
Del peligro mayor salir procura?
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FÁBULA XIII

13.El lobo, la zorra y el mono juez

Un Lobo se quejó criminalmente 
De que una Zorra astuta lo robase. 
El Mono juez, como ella lo negase, 
Dejólos alegar prolijamente
Enterado, pronuncia la sentencia: 
«No consta que te falte nada, Lobo; 
Y tú, Raposa, tú tienes el robo.» 
Dijo, y los despidió de su presencia.
Esta contradicción es cosa buena; 
La dijo el docto Mono con malicia. 
Al perverso su fama le condena
Aun cuando alguna vez pida justicia.
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FÁBULA XIV

14.Los dos gallos

Habiendo a su rival vencido un Gallo, 
Quedó entre sus gallinas victorioso, 
Más grave, más pomposo
Que el mismo gran Sultán en su serrallo. 
Desde un alto pregona vocinglero
Su gran hazaña: el Gavilán lo advierte; 
Le pilla, le arrebata, y por su muerte, 
Quedó el rival señor del gallinero.

Consuele al abatido tal mudanza, 
Sirva también de ejemplo a los mortales 
Que se juzgan exentos de los males 
Cuando se ven en próspera bonanza.
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FÁBULA XV

15.La mona y la zorra

En visita una Mona
Con una Zorra estaba cierto día, 
Y así, ni más ni menos, la decía: 
«Por mi fe, que tenéis bella persona, 
Gallardo talle, cara placentera, 
Airosa en el andar, como vos sola, 
Y a no ser tan disforme vuestra cola, 
Seríais en lo hermoso la primera. 
Escuchad un consejo,
Que ha de ser a las dos muy importante 
Yo os la he de cortar, y lo restante
Me lo acomodaré por zagalejo.» 
«Abrenuncio, la Zorra la responde: 
Es cosa para mí menos amarga 
Barrer el suelo con mi cola larga
Que verla por pañal bien sé yo dónde.»
Por ingenioso que el necesitado 
Sea para pedir al avariento,
Este será de superior talento 
Para negarse a dar de lo sobrado.
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FÁBULA XVI

16.La gata mujer

Zapaquilda la bella
Era gata doncella,
Muy recatada, no menos hermosa. 
Queríala su dueño por esposa,
Si Venus consintiese,
Y en mujer a la Gata convirtiese. 
De agradable manera
Vino en ello la diosa placentera, 
Y ved a Zapaquilda en un instante 
Hecha moza gallarda, rozagante. 
Celébrase la boda;
Estaba ya la sala nupcial toda
De un lucido concurso coronada; 
La novia relamida, almidonada,
Junto al novio, galán enamorado; 
Todo brillantemente preparado, 
Cuando quiso la diosa
Que cerca de la esposa
Pasase un ratoncillo de repente.
Al punto que le ve, violentamente, 
A pesar del concurso y de su amante, 
Salta, corre tras él y échale el guante.

Aunque del valle humilde a la alta cumbre 
Inconstante nos mude la fortuna,
La propensión del natural es una
En todo estado, y más con la costumbre.
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FÁBULA XVII

17.La leona y el oso

Dentro de un bosque oscuro y silencioso, 
Con un rugir continuo y espantoso,
Que en medio de la noche resonaba, 
Una Leona a las fieras inquietaba. 
Dícela un Oso: «Escúchame una cosa: 
¿Qué tragedia horrorosa
O qué sangrienta guerra,
Qué rayos o qué plagas a la tierra 
Anuncia tu clamor desesperado, 
En el nombre de Júpiter airado?» 
«¡Ah! mayor causa tienen mis rugidos. 
Yo, la más infeliz de los nacidos, 
¿Cómo no moriré desesperada,
Si me han robado el hijo, ¡ay desdichada!»
«¡Hola! ¿Con que, eso es todo?
Pues si se lamentasen de ese modo
Las madres de los muchos que devoras, 
Buena música hubiera a todas horas. 
Vaya, vaya, consuélate como ellas;
No nos quiten el sueño tus querellas.»

A desdichas y males
Vivimos condenados los mortales. 
A cada cual, no obstante, le parece 
Que de esta ley una excepción merece. 
Así nos conformamos con la pena,
No cuando es propia, sí cuando es ajena.
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FÁBULA XVIII

18.El lobo y el perro flaco

Distante de la aldea,
Iba cazando un Perro 
Flaco, que parecía
Un andante esqueleto. 
Cuando menos lo piensa 
Un Lobo le hizo preso. 
Aquí de sus clamores, 
De sus llantos y ruegos. 
«Decidme, señor Lobo. 
¿Qué queréis de mi cuerpo, 
Si no tiene otra cosa
Que huesos y pellejo? 
Dentro de quince días 
Casa a su hija mi dueño, 
Y ha de haber para todos 
Arroz y gallo muerto. 
Dejadme ahora libre, 
Que pasado este tiempo, 
Podréis comerme a gusto, 
Lucio, gordo y relleno.»
Quedaron convenidos; 
Y apenas se cumplieron 
Los días señalados,
El Lobo buscó al Perro. 
Estábase en su casa 
Con otro compañero, 
Llamado Matalobos, 
Mastín de los más fieros. 
Salen a recibirle;
Al punto que le vieron, 
Matalobos bajaba
Con corbatín de hierro. 
No era el Lobo persona 
De tantos cumplimientos; 
Y así, por no gastarlos, 
Cedió de su derecho. 
Huía, y le llamaban; 
Mas él iba diciendo
Con el rabo entre piernas: 
«Pies, ¿para qué os quiero?» 

Hasta los niños saben 
Que es de mayor aprecio 
Un pájaro en la mano 
Que por el aire ciento. 
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FÁBULA XIX

19.La oveja y el ciervo

Un celemín de trigo
Pidió a la Oveja el Ciervo, y la decía: 
«Si es que usted de mi paga desconfía, 
A presentar me obligo
Un fiador desde luego,
Que no dará lugar a tener queja.»
«Y ¿quién es éste?», preguntó la Oveja. 
«Es un lobo abonado, llano y lego.»
«¡Un lobo! ya; mas hallo un embarazo: 
Si no tenéis más fincas que él sus dientes, 
Y tú los pies para escapar valientes,
¿A quién acudiré, cumplido el plazo?» 

Si quién es el que pide y sus fiadores, 
Antes de dar prestado se examina, 
Será menor, sin otra medicina,
La peste de los malos pagadores.
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FÁBULA XX

20.La alforja

En una Alforja al hombro 
Llevo los vicios:
Los ajenos delante, 
Detrás los míos. 
Esto hacen todos; 
Así ven los ajenos, 
Mas no los propios.
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FÁBULA XXI
21.El asno infeliz

Yo conocí un Jumento
Que murió muy contento
Por creer, y no iba fuera de camino, 
Que así cesaba su fatal destino. 
Pero la adversa suerte
Aun después de su muerte
Le persiguió: dispuso que al difunto 
Le arrancasen el cuero luego al punto 
Para hacer tamboriles,
Y que en los regocijos pastoriles 
Bailasen las zagalas en el prado, 
Al son de su pellejo baqueteado.

Quien por su mala estrella es infelice, 
Aun muerto lo será. Fedro lo dice.
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FÁBULA XXII
22.El jabalí y la zorra

Sus horribles colmillos aguzaba 
Un Jabalí en el tronco de una encina. 
La Zorra, que vecina
Del animal cerdoso se miraba, 
Le dice: «Extraño el verte, 
Siendo tú en paz señor de la bellota, 
Cuando ningún contrario te alborota, 
Que tus armas afiles de esa suerte.»
La fiera respondió: «Tenga entendido 
Que en la paz se prepara el buen guerrero, 
Así como en la calma el marinero,
Y que vale por dos el prevenido.»
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FÁBULA XXIII
23.El perro y el cocodrilo

Bebiendo un Perro en el Nilo, 
Al mismo tiempo corría.
«Bebe quieto», le decía 
Un taimado Cocodrilo. 
Díjole el Perro prudente: 
«Dañoso es beber y andar; 
Pero ¿es sano el aguardar
A que me claves el diente?» 

¡Oh qué docto Perro viejo! 
Yo venero su sentir
En esto de no seguir 
Del enemigo el consejo.
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FÁBULA XXIV
24.La comadreja y los ratones

Débil y flaca cierta Comadreja,
No pudiendo ya más, de puro vieja, 
Ni cazaba ni hacía provisiones
De abundantes Ratones, 
Como en tiempos pasados, 
Que elegía los tiernos, regalados, 
Para cubrir su mesa.
Sólo de tarde en tarde hacía presa 
En tal cual que pasaba muy cercano, 
Gotoso, paralítico o anciano. 
Obligada del hambre cierto día, 
Urdió el modo mejor con que saldría 
De aquella pobre situación hambrienta, 
Pues la necesidad todo lo inventa. 
Esta vieja taimada
Métese entre la harina amontonada.
Alerta y con cautela,
Cual suele en la garita el centinela, 
Espera ansiosa su feliz momento 
Para la ejecución del pensamiento. 
Llega el Ratón sin conocer su ruina 
Y mete el hociquillo entre la harina; 
Entonces ella le echa de repente
La garra al cuello, y al hocico el diente. 
Con este nuevo ardid tan oportuno
Se los iba embuchando de uno en uno, 
Y a merced de discurso tan extraño, 
Logró sacar su tripa de mal año.

Es feliz un ingenio interesante: 
Él nos ayuda, si el poder nos deja; 
Y al ver lo que pasó a la Comadreja, 
¿Quién no aguzará el suyo en adelante? 
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FÁBULA XXV
25.El lobo y el perro

En busca de alimento
Iba un Lobo muy flaco y muy hambriento.
Encontró con un Perro tan relleno,
Tan lucio, sano y bueno, 
Que le dijo: «Yo extraño 
Que estés de tan buen año 
Como se deja ver por tu semblante, 
Cuando a mí, más pujante,
Más osado y sagaz, mi triste suerte 
Me tiene hecho retrato de la muerte.» 
El Perro respondió: «Sin duda alguna 
Lograrás si tú quieres, mi fortuna. 
Deja el bosque y el prado;
Retírate a poblado; 
Servirás de portero 
A un rico caballero, 
Sin otro afán ni más ocupaciones 
Que defender la casa de ladrones.»
«Acepto desde luego tu partido, 
Que para mucho más estoy curtido. 
Así me libraré de la fatiga,
A que el hambre me obliga,
De andar por montes sendereando peñas, 
Trepando riscos y rompiendo breñas, 
Sufriendo de los tiempos los rigores, 
Lluvias, nieves, escarchas y calores.»
A paso diligente
Marchaban juntos amigablemente, 
Varios puntos tratando en confianza, 
Pertenecientes a llenar la panza.
En esto el Lobo, por algún recelo 
Que comenzó a turbarle su consuelo, 
Mirando el Perro, dijo: «He reparado 
Que tienes el pescuezo algo pelado. 
Dime: ¿Qué es eso?» «Nada.»
«Dímelo, por tu vida, camarada.» 
«No es más que la señal de la cadena; 
Pero no me da pena,
Pues aunque por inquieto 
A ella estoy sujeto,
Me sueltan cuando comen mis señores, 
Recíbenme a sus pies con mil amores; 
Ya me tiran el pan, ya la tajada,
Y todo aquello que les desagrada; 
Éste lo mal asado,
Aquel un hueso descamado;
Y aun un glotón, que todo se lo traga, 
A lo menos me halaga,
Pasándome la mano por el lomo; 
Yo meneo la cola, callo y como.» 
«Todo eso es bueno, yo te lo confieso, 
Pero por fin y postre tú estás preso: 
Jamás sales de casa,
Ni puedes ver lo que en el pueblo pasa.» 
«Es así.» «Pues amigo,
La amada libertad que yo consigo 
No he de trocarla de manera alguna
Por tu abundante y próspera fortuna. 
Marcha, marcha a vivir encarcelado; 
No serás envidiado
De quien pasea el campo libremente, 
Aunque tú comas tan glotonamente 
Pan, tajadas y huesos; porque al cabo,
No hay bocado en sazón para un esclavo.»




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