¿Quién no ha escuchado hablar
de la estancia “La Aurora”, en el departamento Salto de la República del
Uruguay?. ¿Quién no se ha preguntado respecto al grado de veracidad de
los sucesos, según se dice, allí ocurridos?. A partir de una secuencia
de apariciones OVNI, la finca, propiedad de la familia Tonna ha recibido
un aluvión de visitantes, investigadores y turistas de los cuatro confines
del globo, que, en ocasiones más que reiteradas, han relatado observaciones
de entidades humanoides, luces espectrales, extrañas distorsiones del
tiempo y del espacio...
Las opiniones dominantes
en el mundillo ovnilógico parecen señalar que en La Aurora han ocurrido
ciertos hechos puntuales, a partir de los cuales la desesperada necesidad
colectiva de ver y creer ha inducido, seguramente, otros, donde el fraude
y la alucinación no quedan afuera.
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Supuestas curaciones milagrosas (lo de “supuestas” es a título de la dificultad
de rastrear con un seguimiento médico serio tales recuperaciones galopantes),
materializaciones del padre Pío de Pietralcina, mensajes telepáticos...
Uno podría tomar la actitud facilista de echar al cesto de residuos todas
esas declaraciones, habida cuenta de que la mayoría de ellas provienen
de lo que podríamos denominar “mesiánicos de los OVNIs”, y la aparente
contradicción entre los decires de exaltación espiritual de algunos de
esos turistas y sus discutibles valores morales (cualquiera que haya visto
los desmanes que algunos de esos “contactados” han cometido contra las
propiedades de los dueños del lugar, como cortar clandestinamente alambradas
cuando se les inhibía el paso, carnear subrepticiamente algún animal de
corral para comer, pisotear impunemente sembradíos, estará de acuerdo
en un todo conmigo) si no ocurriera que otros testigos, eventualmente
dignos de crédito, en ocasiones (pocas, es cierto, si se eliminan las
exageraciones malintencionadas y las burdas confusiones, más que comunes
en ciertos “investigadores” incapaces de distinguir un satélite, una inversión
de temperatura o los faros de un automóvil reflejándose en una capa baja
de nubes de un OVNI) refieren testimonios dignos de crédito. |
En estos últimos casos, uno se siente tentado de abordar una explicación
parapsicológica de los fenómenos de la estancia uruguaya como generaciones
ectocoloplasmáticas, “tulpas” o egrégoros, o “infecciones” telepáticas
inconscientes, como si la extrema tensión vivida en la zona gatillara
reservas de energía del inconsciente colectivo que se exteriorizaran materialmente.
Como veremos después, posiblemente esto es lo ocurrido en el caso que
relataremos a continuación. Uno de esos casos en los cuales nos sentiríamos
tentados a olvidar por su aparente cuota de absurdo (actitud que reconocemos
poco científica) sino fuera por la credibilidad y seriedad que nos merece
la fuente.
A principios de 1991, un matrimonio cuyos datos, por expreso pedido de
los mismos, mantenemos en reserva –lo que invalida el fraude o la mitomanía,
donde la publicidad, amén de encontrarse con algunos dinerillos, es siempre
la dominante– oriundos de la ciudad de Santo Tomé, provincia de Santa
Fe, Argentina, viajó a la Aurora, en compañía de su pequeño hijo de tres
años. Tras dos días sin grandes novedades, deciden improvisar un picnic,
antes de despedirse del lugar, en el ya famoso monte de eucaliptus. Allí
se les reúne un pequeño cabrito, y comienza la historia.
El padre obtiene varias fotos de su hijo jugando con el animal, una de
ellas, la que reproducimos, donde el pequeñuelo fue recortado de la misma
fotografía (tal la insistencia de sus padres en no ser reconocidos). Se
observa al cabrito parado sobre sus dos patas traseras y al contemplar
la copia algo llamó poderosamente la atención del matrimonio. Algo de
lo que tienen la más absoluta seguridad que no estaba allí cuando se tiró
la placa –atendiendo sobremanera al hecho de que cuidaron de dejar el
lugar en las mejores condiciones de limpieza– y que parecía, a simple
vista, uno de esos duendecillos o gnomos de los cuentos infantiles (foto
1). En plan de averiguar de qué se trataba, nos trajeron la fotografía.
Reconocemos que de no inspirarnos confianza estas personas, seguramente
la habríamos dejado dormir en el fondo de algún atestado cajón de nuestro
escritorio. Pero les creímos. Esto puede ser muy subjetivo, de acuerdo,
pero no es pecado, y a lo largo de estos años creemos haber desarrollado
un particular olfato para saber cuándo somos víctimas de un fraude o no.
Así que nos sentamos a poner en orden algunas ideas.
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La impresión de “duende de historieta” se vio ampliada junto con la nueva
copia. No somos particularmente reacios a admitir que en este universo
el espíritu y la inteligencia pueden manifestarse de formas alternativas
a las del hombre, lo que es lo mismo que decir que no nos repugna la posibilidad
de que ciertos seres, “elementales”, coexistan con nosotros.
Pero tocados con gorro frigio, de rostro abotagado y abdomen prominente...
Claro que alguno puede preguntarse, lícitamente y después de todo –si
por un momento aceptamos la existencia de estos humanoides– que las versiones
renacentistas, barrocas y románticas también tuvieron origen en declaraciones
testificales, y si a estos geniecillos se les ocurre andar por el mundo
vestidos de esa manera, no somos estos servidores árbitros suficientes
de la moda en dimensiones paralelas. |
Pero se nos ocurre otra posibilidad, tal vez más seria (lo que no es más
que un eufemismo para disfrazar nuestra reaccionaria actitud de rechazar
hipótesis demasiado audaces). En Parapsicología conocemos un fenómeno
llamado ectocoloplasmía, masa de ectoplasma –esa sustancia exudada por
ciertos dotados– que adoptan una forma específica. Algo así como una ideoplastia
o un tulpa, expresión tibetana para referirse a las formas de pensamiento.
También hemos tomado debida nota de la relativa facilidad de obtener escotofotografías
(literalmente: “fotografías en la oscuridad”) o, más correctamente, psicofotografías,
como las de Ted Serios y otros. Así que la teoría es sencilla: el intenso
deseo de los testigos por ver algo, o las energías remanentes de los grupos
que visitan –en ocasiones con un alto nivel de dolor, estrés y esperanza–
el lugar, podría haber creado esa fantasmagórica aparición, alimentada
en recuerdos infantiles (porque, después de todo, ¿qué buscamos los amigos
de lo insólito, sino satisfacer los sueños del niño que llevamos dentro?)
y significando que entre el mundo de las ilusiones mágicas y el de la
prosaica realidad cotidiana existe un vaso comunicante: el que duerme
en los estratos más profundos del inconsciente del hombre.
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