Profecías y Profetas |
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Corre el 2 de diciembre de 1805. En la localidad checa de Slavkov está a punto de tener lugar un acontecimiento que va a cambiar irreversiblemente la faz y la historia de Europa. Un contingente de 68.000 combatientes sigue a un hombre bajito en el que nadie hubiera reparado unos años antes. Llevados por una autoconfianza casi irracional, esperan el ataque de 90.000 soldados, austríacos y rusos, bien pertrechados y asentados priviligiadamente sobre la meseta de Pratzen. Al frente del ejército se encuentra el emperador austríaco Francisco I y el zar ruso Alejandro I. Ningún buen estratega hubiera dado nada por la tropa que, mal situada sobre el terreno, está esperando con un fervor casi religioso las órdenes del diminuto hombrecillo. Pero si nuestros hipotéticos estrategas hubieran apostado habrían perdido, porque, como guiado por una fuerza invisible, el ejército del hombrecito carga contra sus enemigos y asesta un golpe mortal en el núcleo de la bien disciplinada coalición austro-rusa. Acabamos de presenciar la batalla de Austerlitz, la lucha de los tres emperadores. Aquel pequeño general corso, ahora emperador de los franceses, ha aplastado el tremendo poderío militar de las dos grandes superpotencias de la Europa continental. Sobre el campo quedan 25.000 cuerpos de austríacos y rusos, testigos mudos del acontecimiento que deja Europa a merced de aquel pequeño burgués que hizo tambalearse a las monarquías europeas, creando reinos y repúblicas a su antojo: Napoleón.
La primera figura correspondería a Napoleón; la segunda a Hitler, protagonista del último intento de unificar Europa por la fuerza; y la tercera estaría por venir y sería el Anticristo definitivo, que aprovecharía una confederación, identificada por muchos con la Unión Europea, para convertirse en un tirano mundial.
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