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El Sufismo. | ||||||||
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Así vistos, se toman por artistas y hacia el final
dejan la puerta para que comiencen su labor los Grandes Maestros. Estos,
mantienen ciertas diferencias entre sí, aunque están unidos por una
única inspiración. Aclaramos que existen un sufismo árabe, hindú, iranio,
etc., pero en este punto conviene tener presente que a pesar de sus
matices el espíritu es el mismo.
Su parte más apreciada y aguda del conocimiento sufí, escapará lamentablemente de los que no han sido guiados hasta conocer la luz, por un Maestro. |
Para el musulmán, el Creador no admite imitaciones,
copias o servicios; en la práctica es pensar que, si se tiene un corazón
musulmán, debe observarse primero la propia conciencia y luego, estudiar
el Texto Sagrado. Hay una prueba de la existencia de Dios: ese testimonio
es el creyente mismo. Para este hombre, cuando encuentra corroída o
desgastada la vida que le ofrece el mundo material, deberá recurrir
a su Libro, ya que él le brindara un mundo nuevo y renovara sus fuerzas.
MEDITACIONES.
El nombre del sufismo deriva etimológicamente del
árabe “cuf” que significa lana. Es así, pues los adeptos al sufismo
solían ir cubiertos de un habito de lana. Luego, en el siglo VIII, ya
en la Era Cristiana, el sobrenombre al sufí sirvió para distinguir al
grupo de musulmanes que realizaban practicas ascéticas.
Dice un antiguo tratado sufí: “el sufí lleva lana
sobre su pureza, tiraniza sus deseos y luego de rechazar al mundo, avanza
por la vida del Profeta” si bien su origen no parece absolutamente claro,
es evidente que existen afinidades con otras religiones, por ejemplo
entre el sufismo y la mística cristiana. De lo que no se debe dudar
es del origen islámico del sufismo, ya que este es un dato de la realidad.
El Corán, su lectura y meditación, procuran entregar
al hombre musulmán religioso, una profunda y constante fuente de vida,
plena de renovada espiritualidad.
Como texto, de inigualable belleza, habla con el
lenguaje de la poesía, dispone armónicamente las palabras y logra el
efecto mágico. Así las cosas, lo dicho o leído, repercute en el tema
abriendo horizontes interiores no pensados, llevando al espíritu a su
exaltación y al triunfo sobre el mundo material.
Esta suerte de cualidad poética, esa fortaleza necesaria
que sostiene la visión intuitiva, ese movimiento del alma y espíritu,
se adueña de una sola razón: la experiencia concreta de la realidad.
Del Texto Mágico, hablamos del Corán, que es un
mensaje de Dios, se derivan varios caminos que permite la introducción
del idioma árabe; esta lengua como litúrgica que es, se presenta en
un estudio hermenéutico planificado, pero siempre teniendo en cuenta
la capacidad espiritual de quien recite el Texto.
SEÑAL DE DIOS
Para el que sabe ver, todo es signo o señal de algo.
“Nosotros sabemos que Dios se ha descrito a sí mismo como el Exterior
y como el Interior y que ha manifestado al mundo a la vez como Interior
y como Exterior, con el fin de que conozcamos el aspecto interior de
Dios, por nuestra propia interioridad y el Exterior, por su exterioridad”;
dice, en el siglo XIII el maestro sufí Ibn`Arabi.
Dios hace descender la lluvia del cielo, reanima
la tierra, cambia los vientos y todos estos son signos de Él. Aquí surge
la idea de la inminencia de Dios en el mundo que se hace visible ante
los ojos purificados. El sufismo ha dado siempre gran importancia al
tema de la purificación, inclusive se han advertido prácticas mortificatorias,
como un intento de catarsis ante la decadencia religiosa y moral del
primer siglo del Islam. Hablamos entonces de la unión mística y del
amor y surge, como consecuencia de que Dios es la única Realidad, la
meta que el alma intenta encontrar, cualquiera sea la vía para llegar
a su conocimiento.
En el sufismo, el Amor, es en verdad, el Alma del
Universo. Gracias al Amor el musulmán puede regresar a la fuente de
su ser. El giro de las estrellas, la música, los átomos, los ángeles,
y hasta el más allá, todo es debido al Amor. Ese amor, es a la vez,
revelador de misterios y secretos. Así el alma, distanciada de su realidad
conocida y final, busca encontrar una definición: QUE EL AMADO Y EL
AMANTE SON LO MISMO.
El plan último de todo místico sufí, será morir
a sí mismo para vivir en Dios, como único modo de recobrar la fuente
de su ser.
LOS MAESTROS
En varios tratado del Sufismo aparece una extensa
y cuidadosa reglamentación que en cada comunidad o convento han de observarse.
El rol de maestro, el que dirige y al que se le
debe absoluta obediencia, consiste en amoldar y acomodar los ejercicios
a las necesidades espirituales de los alumnos.
No solo dirige la consciencia de sus discípulos,
sino que su actividad mayor se refleja en su iniciación, para llegar
a la comunicación espiritual, mediante el influjo de Dios a la “cadena”
que lo liga al mismo Profeta. Prácticamente dicha iniciación esta simbolizada
por el uso del “habito” de lana o KHIRGA.
Con este fin, el maestro debe estar convenientemente
preparado, teórica y prácticamente, debe hacerse digno de imitación
y conocer las tres fases de la mística: LA LEY, EL CAMINO, Y LA VERDAD.
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A su vez, el convento sufí es una fraternidad que
no se divide, se consideran entre sí elegidos de Dios, se sienten amados
por ÉL y a ÉL aman. Toda enseñanza debe alcanzar un conocimiento místico
(MARIFAT), que simboliza el segundo nacimiento, el nacimiento espiritual.
Es de notar en este punto, la similitud con el método mayeútico de Sócrates
(Mayeútico o arte de ayudar a dar a luz) y con el neoplatonismo como
antecedentes occidentales.
EL POETA DEL SUFISMO.
Se trata de Jalal-od-Din-Rumi, uno de los grandes
maestros. Él nos entrega una concepción espiritual de las Escrituras.
Luego de narrar que YAHYA (que aquí es Juan El Bautista)
se hinco en adoración ante el Hijo de Dios, cuando ambos, aún no nacidos,
se encontraban en el seno materno, Rumi nos indica que algunos consideran
falsa esta historia. Pero, también nos dice el Poeta: “el que conoce
el sentido oculto y para quien está presente aquello escondido en el
mundo, sabe que la madre de Juan Bautista puede aparecerse ante María,
aún estando lejos de sus ojos. Continua enseñando: “los ojos cerrados
ven al amigo, con la condición de que la envoltura carnal se vuelve
permeable”.
Rumi nació en el Turkestán en el 1204 y murió en
Turquía en 1273. Compuso operas, tratados, y poemas. Es ante todo, uno
de los más grandes místicos del sufismo en plena época medieval. Toda
su obra ha sido meditada continuamente a lo largo del tiempo.
Es, además, el Inspirador del poeta nacional y jefe
espiritual del Pakistán Moderno: Mohamed Iqbal, muerto en 1931.
De Rumi nos llega un poema que transcribimos:
“Feliz el momento en que nos reposamos, tu y yo.
Diferentes de forma y de rostro, pero poseyendo una sola alma tu y yo.
Los colores del pequeño bosque y los cantos de los pájaros nos otorgan
la eternidad. En el momento en que entonces en el jardín, tu y yo, les
mostremos la luna y la luz, tu y yo. Tu y yo, liberados de nosotros
mismos, estaremos unidos en el éxtasis gozosos y sin palabras vamos,
tu y yo. En ese lugar donde reinaremos tan alegremente, tu y yo. Agazapados
en el mismo nido y en este momento nos encontramos el uno en Irak y
la otra en Korasaán tu y yo”.
Rumi nos alcanza a nuestra lectura un tema folklórico
reconocido y lo comenta; éste maestro, interesándonos más por su interpretación
que por la parábola en sí. Explica que lo que incita a buscar en lo
prohibido, es justamente eso, su carácter de prohibido; el camino espiritual
también lo visualiza como una aventura. En esta anécdota los protagonistas
se embarcan en la búsqueda sin tener una guía y correr mayores riesgos.
En los símbolos: las diez puertas de la fortaleza
representan los cinco sentidos externos y los cinco sentidos internos
o espirituales. Las pinturas son solo formas y colores del mundo, que
por su confusión desviaran al alma de su camino verdadero. Dos de los
príncipes nada consiguieron, el tercero al que Rumi llama “perezoso”,
encuentra el triunfo y la victoria. Aquí, seguramente nos preguntaremos
por que, el príncipe perezoso es en realidad un ser pasivo y existe
en el alma del místico algo de pasivo y abandonado, que es don de Dios,
y una forma de virginidad.
Ese regalo de Dios otorga el medio necesario que
deje el alma disponible para la gracia divina.
UN CLIMA DE ESPIRITUALIDAD.
Dios es buscado afanosamente en una peregrinación
religiosa, se realiza por etapas según la disposición interior de cada
uno.
En la faz practica, la permanencia al Sufismo, se
lleva a cabo por distintas vías o Táriqas. Estas vías no son otra cosa
que caminos individuales, preparados para cada discípulo, según se den
sus determinadas vocaciones. Es una cadena de orientación e iniciación
personal, e individual, pero teniendo todas un mismo fin.
Tariqa significa camino o vía, es una palabra árabe.
Pero una segunda acepción, durante el siglo XI, designa al conjunto
de ritos de preparación espiritual. Finalmente, y como extensión del
término se traduce como cofradía. Pertenecer o no a determinada cofradía,
implica, vivir o no en un monasterio (fenómeno poco común), fundarse
otras nuevas y estas a su vez, recibir más adherentes. Sin embargo,
las une las mismas reglas de determinación, las plegarias, los ritos,
etc. y por supuesto, la reunión de todos los miembros pertenecientes
a una misma Tariqa.
El sufismo, en general resalta la belleza de la
Realidad ultima. Según Ibn Arabi, Dios ama la belleza en todas sus formas,
porque la misma forma refleja la belleza de Dios. Por lo que se deduce
que la belleza, es aquí la razón suficiente de Amor.
El sufismo sirve en nuestra época, nace en una tradición
universal y se encuentra con otras religiones. A su vez, necesita conocimientos
teológicos e históricos de religiones comparadas, pero queremos hacer
notar que, antes que nada impone una experiencia directa de los estados
superiores de consciencia.
A pesar de ser el Sufismo una mística natural del
Islam, su carácter universal no es de este tiempo, sino que, desde antiguo
es una religión totalizadora. Se ha deslizado a través de distintos
dogmas y personas, son ejemplos: Sahawardi, Platón, Hermes, Mahoma,
etc.
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