Cuentos Cortos-Orientales 2

DEJANDO AL EGO DE LADO

Cuentan que un hombre llegó a la conclusión de que vivía muy condicionado tanto por los halagos y aceptación de los demás, como por sus críticas o rechazo.

Dispuesto a afrontar la situación, visitó a un sabio. Éste, oída la situación, le dijo:

-Vas a hacer, sin formular preguntas, exactamente lo que te ordene. Ahora mismo irás al cementerio y pasarás varias horas vertiendo halagos a los muertos; después vuelve.

El hombre obedeció y marchó al cementerio, donde llevó a cabo lo ordenado. Cuando regresó, el sabio le preguntó:

-¿Qué te han contestado los muertos?
-Nada, señor; ¿cómo van a responder si están muertos?
-Pues ahora regresarás al cementerio de nuevo e insultarás gravemente a los muertos durante horas.

Cumplida la orden, volvió ante el sabio, que lo interrogó:
-¿Qué te han contestado los muertos ahora?
-Tampoco han contestado en esta ocasión; ¿cómo podrían hacerlo?, ¡están muertos!
-Como esos muertos has de ser tú. Si no hay nadie que reciba los halagos o los insultos, ¿cómo podrían éstos afectarte?

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DETALLES CON SIGNIFICADO

Un joven rey gobernaba a su pueblo con justicia y sobriedad. Se ocupaba del bienestar de sus súbditos, los impuestos que cobraba eran los imprescindibles para cubrir eficazmente las necesidades generales y dedicaba su jornada a atender puntualmente los asuntos de estado.

En el reino había paz y prosperidad. A su lado siempre estaba su fiel y sabio consejero, que ya había servido como tal a su padre.

Un día, el joven rey dijo en una comida a su mayordomo:

-Estoy cansado de comer con estos palillos de madera, soy el rey, así que da orden al orfebre de palacio de que me fabrique unos palillos de marfil y jade.

Oída esta orden, el consejero se dirigió inmediatamente al soberano:

-Majestad, os pido que me relevéis lo antes posible de mi cargo. No puedo serviros por más tiempo.

El monarca, extrañado, preguntó cuál era el motivo de aquella repentina decisión.

-Es por los palillos, señor -respondió el consejero-. Ahora habéis solicitado unos palillos de jade y marfil, y mañana querréis sustituir los platos de barro por una vajilla de oro. Más adelante, vuestros vestidos de tela desearéis que sean reemplazados por otros de seda. Otro día, en vez de conformaros con comer verduras y puerco, solicitaréis lenguas de alondra y huevos de tortuga.
De este modo, llegará el momento en que los caprichos, la autocomplacencia y el mal uso del poder os harán ser injusto con vuestro pueblo.
Entonces, yo me rebelaré contra su majestad, y por nada del mundo deseo ver amanecer ese día.

Dicen que el rey revocó la orden dada al orfebre y que desde ese día fue llamado «el Prudente».
Y conservó al viejo consejero a su lado hasta su muerte.

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EL VERDADERO PODER

Un hombre de corazón endurecido decidió hacerse discípulo de un sabio con fama de tener mucho conocimiento y poder. En realidad, lo que deseaba era llegar a convertirse en maestro él mismo y reunir miles de discípulos que lo venerasen y satisfacieran todos sus caprichos.

Pero el sabio, leyendo el corazón de aquel hombre, lo rechazó como discípulo.
No obstante, no se dio por vencido. Corría el rumor de que el maestro poseía un talismán mágico que era la fuente de su poder y sabiduría, por lo que decidió averiguar si era cierto, y llegado el caso, robarlo.
Por fin, una noche, después de mucho esperar y acechar, logró hacerse con el talismán. Pero aquel individuo, por más que manipulaba y estudiaba el talismán, no era capaz de adquirir un ápice de conocimiento ni poder aunque, no obstante, llegó a tener algunas centenas de pobres discípulos a los que enseñaba. Confiaba en que antes o después el talismán le relevase todos sus secretos.

Pero una noche, de repente, apareció en su estancia el maestro.

-Eres un pobre desgraciado que no conoce las consecuencia de sus actos -le espetó-. Haces creer a esos pobres desgraciados que eres un maestro, y en realidad estás manipulando sus emociones y anhelos. Nadie te dio la potestad de enseñar. Esta potestad sólo puede otorgarla un hombre de conocimiento como yo. Y ni yo, ni nadie como yo te la dará jamás. Ahora devuélveme el talismán que me robaste .

Aquel hombre, sintiéndose atrapado, contestó lleno de ira:

-Está bien, tal vez yo no logre nunca el conocimiento y el poder, pero tú lo has perdido y por eso vienes a buscar el talismán mágico que otorga esos dones. Pues has de saber que no te lo devolveré nunca, antes te mataré o tendrás tú que matarme.

-Pobre desgraciado -dijo el maestro-, no te das cuenta de tu estupidez. ¡Yo soy un maestro y puedo hacer otro talismán! ¡Tú con el talismán no puedes ser un maestro!

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EL VERDADERO CULPABLE

Un hombre fue al puesto de guardia a denunciar el robo de su burro. Una vez allí, y enterados al detalle de lo sucedido, los policías comenzaron a hacerle observaciones:

-Usted ha tenido poco cuidado. ¿Cómo se le ocurre tener un simple cierre de madera en la puerta de la cuadra en vez de un sólido cerrojo? – opinó uno.

-No puedo creer que desde la calle se pudiera ver el burro, siendo una tentación para cualquiera. ¿Es que no se le pasó por la cabeza nunca guardar al animal de miradas ajenas elevando las paredes de la cuadra? -dijo otro.

Un tercero, en tono crítico, le censuró:
-¿Pero dónde estaba usted en ese momento? ¿Cómo es posible que no viera al ladrón marcharse con el burro?

De este modo fueron cayendo sobre él un buen número de acusaciones hasta que, harto ya de esa situación, dijo:
-Señores, acepto todo lo que me han dicho, pero algo de culpa también ha de tener el ladrón, ¿no creen?

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LOS DEVOTOS DE LOS BURROS

Un hombre era el respetado custodio de un santuario muy venerado que guardaba las cenizas de un antiguo santo. Un día, su hijo decidió recorrer con su burro el mundo en peregrinaje visitando otros lugares sagrados.
Al cabo de unos años, el animal, ya envejecido, enfermó y murió. Aquel hombre se entristeció, ya que había sido su único
compañero durante largas jornadas. Así, decidió enterrarlo bajo un humilde túmulo que él mismo construyó con piedras.
A la vez, consideró que su viaje había concluido y que llegaba el momento de regresar a su casa, pero antes vio conveniente descansar en aquel lugar durante algún tiempo.

De este modo, los que pasaban por allí, veían a aquel peregrino en silencio junto a aquella tumba, y concluyeron que sin duda allí estaba enterrado algún santo anónimo, y no un santo cualquiera, sino alguien en verdad excepcional, pues su discípulo no se movía de aquel lugar ya lloviera o nevara.
La voz se extendió por la comarca, y al poco aparecieron por allí gentes con flores y ofrendas que dejaban con devoción sobre la tumba del burro; no pasaron muchas semanas antes de que alguien propusiera construir un santuario conmemorativo donde los fieles pudieran elevar plegarias a tan ilustre santo.

Nuestro hombre, asombrado por la extraña conducta de los lugareños, emprendió el viaje de vuelta a su casa.

Cuando se encontró con su padre, le narró lo acontecido con la tumba de su burro. El padre, al oír lo sucedido, guardó silencio unos instantes.

-Hijo mío -habló por fin-, he de confesarte algo. Debes saber que este santurario donde te criaste, por una sucesión de acontecimientos parecidos a los que me has contado, fue erigido sobre la tumba de mi burro hace ya más de treinta años.

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